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Mostrando entradas de noviembre, 2007

Onnanoko no monogatari

La niña se fue a la fragua con su polisón de nardos, y se encontró con Apendicitis, que llevaba unos taconazos mucho más altos que los suyos. El reencuentro de madre e hijo fue tan emotivo que sería indecente contarlo aquí. Ahora comparten el rimmel y las minifaldas, están encantadísimos/as, y han jurado no volver a poner el pie en una fragua, que para pasar calor ya están los Monegros en verano.

All’alba vincerò!

Tú también, niña, oculta en tu inalcanzable refugio, serás vencida por la muerte disfrazada de viento.

Yo, esa mujer

Apendicitis está que lo tira. Tras dejar el carísimo internado del lejano condado de Shropshire como un solar a base de experimentos pseudocientíficos y multitudinarios encuentros de oración para jóvenes cristianos bien dotados (el tamaño de la fe sí que importa), ha fundado su propia secta episcopaliana en la que solo admite varones (la descripción detallada de las ceremonias iniciáticas provocaría manifestaciones de protesta en las principales localidades), y en la que ejerce un despotismo nada ilustrado que ríanse ustedes de Stalin en día de purga. Total, que mucho ser un alumno ejemplar y un piadoso cristiano para que a las primeras de cambio le acabe asomando el ramalazo por debajo de la sotana, y pretenda ser nombrado papiso, el muy hereje. Su pobre madre, para redimir los pecados de su heterodoxo retoño, hace voluntariado en asociaciones de ayuda a otoñales nifómanas deprimidas, pero lo hace para levantarles los tranquilizantes y tomárselos ella, que buena falta le hacen.

Children will listen

Contra todo pronóstico, Apendicitis ha resultado ser un alumno ejemplar. Sus notas son excelentes, y su comportamiento, intachable. Destaca igualmente en el ámbito deportivo, y ya es el capitán de los equipos de cricket y petanca. Sus escasos ratos libres los dedica a obras piadosas y tómbolas benéficas. Las más prestigiosas universidades trazan planes para contar con él en un futuro no muy lejano. El disgusto de su pobre madre es morrocotudo, claro está. Cada vez que recibe noticias del lejano condado de Hereford, se ve obligada a beberse una botella de Chardonnay para equilibrarse un poco. Cada sobresaliente del pequeñín es un puñal que cruelmente destroza su corazón. Apendicitis desprecia la carísima ropa que su madre le envía, y viste con monacal sobriedad. Austeros, casi espartanos, son sus hábitos de vida e higiene. Ni una gota de perfume, ni una cremita carísima, ni un martini para relajarse un poco (y tres más para relajarse del todo, según la fórmula patentada por mamá payasa)

La vuelta al mundo en ochenta niñas

Sin apenas despeinarse, la nenita da varias veces la vuelta al mundo, concede entrevistas a todo tipo de medios, desautoriza a sus biógrafos tres veces al día, acude al Carrefour a comprarle patucos a Apendicitis, después a Lanvin a comprarle calzoncillos, le pone una querella para obligarle a emanciparse, le organiza fiestas llenas de amor, sushi y tartas de chocolate, cae repentinamente en la cuenta de que necesita varios sombreros nuevos, se los compra también en Lanvin, los devuelve inmediatamente, se hastía de todo y de todos, es la mejor anfitriona y la reina de la vida social, se toma media hora libre para almorzar, tarda dos horas en vestirse y maquillarse, protagoniza incidentes diplomáticos y escándalos internacionales, y aún le queda tiempo para hornear tartas de ruibarbo y empanadas de zamburiñas. Y el día no ha hecho más que empezar en el planeta de la niña indómita.

Hay que educar a papá

Apendicitis ya está en un lejano internado, al que la niña irá a visitarlo una vez al semestre. Allí jugará al cricket sin cesar, y será feliz merendando sandwiches de pepino todas las tardes. Una copa de jerez en casa del vicario tras la misa, tal vez una partida de bridge, algo de disciplina inglesa, y pudding en cada comida. La felicidad.

Alba de la niña

Amanece sin prisa y sin piedad.