The ladies (and gentlemen) who lunch
Superar un insufrible almuerzo de trabajo sin que la sonrisa se deforme en rictus requiere un esfuerzo que no dudo en calificar de titánico. Sobre todo porque el sufridor en cuestión, la niña payasa en persona (para servirles), no participaba en el infernal almuerzo, sino que se limitaba a escuchar, muy a su pesar, desde la mesa de al lado. El tono de voz de los almorzantes ya era suficiente para su ingreso inmediato en el grupo de los detestados, pero el nivel de la conversación los catapultó inmediatamente al olimpo de los más odiados, con situación de verdadero priviliegio. ¿Es posible que en una comida de negocios no se digan más que estupideces? ¿Puede un almuerzo de trabajo parecer un sketch de "Homo-Zapping"? Es mi penoso deber confirmar que sí, que puede. Durante todo el almuerzo, que fue largo gracias a un camarero que parecía haber alcanzado un nivel superior de conciencia y no estaba dispuesto a abandonar su particular nirvana por un quítame allá esa ensalada, los...