UN DÍA EN EL PARQUE Era un hermoso día de primavera en el parque de la ciudad. Todo el mundo se sentía de buen humor, con ganas de pasear, charlar y sonreír, el famoso síndrome del anuncio televisivo. El caso es que las autoridades habían habilitado un rincón del parque para que los amos pudieran dejar a sus esclavos aparcados y tener un rato libre para charlar de sus dominaciones. Los amos, además, llevados del espíritu primaveral, habían tenido un gesto de (innecesaria) generosidad, y habían permitido a los esclavos charlar un poco entre ellos, y allí estaban todos, la mar de animados, comentando las diversas torturas a las que sus amos les sometían. Todos estaban convencidos de que sus respectivos amos eran los mejores, y no escatimaban adjetivos para ensalzar la gracia con la que manejaban los látigos, por ejemplo, o la pericia con la que les ataban en las más incómodas posturas. En estos y otros animados coloquios pasaban la mañana, cuando de pronto nuestro querido Pepín dijo: – ...