Doce años de Niña


Lucas puso una única condición cuando firmó los papeles del divorcio. Le concedió a su ya exmujer todo lo que le pidió para ella y para los dos niños, pero planteó claramente su exigencia: “No quiero volver a veros a ninguno en mi puta vida”. Cuando el juez le presentó una propuesta de calendario de visitas le dijo que prefería ir a visitar al mismísimo Satanás, y cuando el magistrado le habló de responsabilidades y figuras paternas le dijo que no le esperasen de pie por si se cansaban. Todo el dinero que tuviera que pagar le parecía poco con tal de librarse de ellos. Para evitar cruzárselos por casualidad en alguna calle, se mudó a otro país, poniendo seis mil kilómetros de felicidad entre él y su pasado. Se dedicó a traducir textos de poetas persas del siglo XV y a olvidarse de que había estado casado, y las dos cosas se le dieron muy bien; los poetas persas del siglo XV se habían puesto de moda entre las élites culturales así que ganó una fortuna con sus traducciones, y además escribió una serie de novelas negras en las que un detective desengañado resolvía espeluznantes crímenes mientras intentaba poner en orden su vida, arruinada por un tétrico matrimonio sin amor y dos hijos odiosos. Lo que estaba contando era su vida pero con crímenes, y las novelas también fueron éxitos de ventas, siendo adaptadas al cine y ganando cientos de premios en todos los festivales más prestigiosos.

Doce años después, para su disgusto, su exmujer le llamó por teléfono y le dijo que su hijo mayor se graduaba en la universidad y que tal vez sería un buen momento para iniciar un acercamiento a la vida del muchacho. Lucas respondió que la vida del muchacho le tenía sin cuidado, y que le daba igual que se graduara en la universidad o que se dedicara a prostitución, que no le molestasen que él no tenía ningún interés en iniciar acercamientos con nadie.

Tres años más tarde era la hija la que se doctoraba en Historia Antigua con una tesis sobre la figura paterna en la civilización sumeria de las tierras pantanosas del noroeste de la península del Beluchistán, y la madre volvió a intentar que Lucas asistiese a la lectura de la tesis. Lucas le dijo que antes se leía todas las novelas de Antonio Gala, y que dejase ya de darle la barrila con los niños, que maldita la gana que tenía él de verlos.

Bastantes años más tarde, Lucas estaba en su lecho de muerte, y entonces sintió la necesidad de ver a sus hijos. Les hizo saber que le gustaría verlos, y los dos acudieron a despedirse de su padre. Pero cuando le dijeron que estaban fuera esperando para verles, Lucas dijo: “Estos dos niños son idiotas. Llevo despreciándolos toda la vida y ahora muevo un dedo y vienen corriendo a verme, menudos pánfilos. Ya puedo morir tranquilo sabiendo que tomé la decisión correcta de alejarme de estos mentecatos”. Y con un leve suspiro, expiró, dejando a sus hijos con un palmo de narices pues no pudieron verle ni entonces. Cuando se abrió el testamento, se descubrió que Lucas había dejado su inmensa fortuna a sus dos hijos, con la condición de que mantuvieran una relación incestuosa transmitida en directo por los principales canales de televisión del mundo. Los dos aceptaron encantados, pues en realidad la relación incestuosa la mantenían ya desde pequeñitos, sin que su madre, que era completamente estúpida, se diera cuenta de nada.

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