Yo, la humillada, la perseguida, la ninguneada, la despreciada, la otra. La que no consiguió reserva en los hoteles de cinco estrellas, la que fue expulsada de las tiendas de alta costura, la insultada en los grandes restaurantes por cocineros de moda, la que no pudo vestir ropa de los grandes diseñadores por no ser admitida en los desfiles. Aquélla cuyas palabras eran motivo de risa, siempre condenada a moverse por las tinieblas exteriores, nunca llegando al centro de la ciudad, siempre barriobajera. Lo peor, vamos. Ahora yo domino el mundo y vosotros queréis mi amistad. Pero mi amistad cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor. Luego está también aquella otra tan buena de las dos chicas que compartían el apartamento con un chico, y tenían unos caseros tan estrafalarios, y la de la familia Ingalls, a mí me encantaba la familia Ingalls, con la ciega dando siempre el coñazo.