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Mostrando entradas de abril, 2008

La niña es un gran invento

momentos en que apenas tiene fuerzas para mirar alrededor

Solo ante la niña

Por tu mala cabeza te has visto reducido a la esclavitud. Tus bienes han sido subastados y liquidados, y tú mismo vas camino del mercado para ser vendido al mejor postor. Tu libertad se aleja haciéndote un desmayado gesto, apenas notas su ausencia. Pesadas cadenas serán tus joyas, y ni tu nombre ni tu cuerpo te pertenecerán. El hombre que afeita ahora tu cabeza sabe que eres un esclavo y como a tal te trata. Éste eres tú, éste es tu futuro, procura obedecer o te arrancarán la lealtad a golpes, ya no eres un hombre y jamás nadie volverá a tratarte como a tal.

La maldición de la niña

Ella olvidó su maleta, su llave, su nombre, su propósito en la vida. Quedó anclada en una calle de la ciudad extraña que no reconocía. Incomprensible le eran la lengua y las costumbres. Lloró durante varios minutos, y luego decidió dominar el mundo antes del jueves.

Quisiera ser tan alta como la niña

Varios días después la niña confesó que no recordaba dónde había escondido la llave del cofre del tesoro.

En todas partes cuecen niñas

maldito sea tu cuerpo tu nombre malditas tus manos tu mirada el aire que de tus labios huye para abrasar los míos maldito por siempre el color que tus ojos desborda que mi vientre anega maldito el gesto de infinita dulzura que tu tímida mano esboza sobre mi frente desterrada sobre mi cuerpo que será maldito porque ya no es mi cuerpo sino botín de guerra territorio conquistado escena de rendición bandera blanca sin reservas sin condiciones sin mentiras sin esperanzas

La niña en los tiempos del cólera

es tu mirada ofrece reposo consuelo alivio en la oscura noche de la tierra o más bien sendero ignorado que con delincuente premura conduce directamente al abismo al silencio al discopub de la esquina que no sé qué es peor

Niña, demonio y carne

Distanciada de sus propias palabras, apenas puede la niña fijar la mirada más de un instante. Observa con inquietud la sombra que su propio cuerpo dibuja, y prefiere no saber cuál es el nombre que murmura el aire en las ramas podridas de los sauces que, obstinadas, insisten en barrer su frente con traicionera ternura.