La niña de Babel

Llega la niña a un país remoto hecho de papel, ¿no era este el lugar que los jardines prometían en sus tranquilas noches de risas y de gatos? Una biblioteca inmensa en la que solo los magnolios tienen permiso para alzar la voz, el pequeño palacio entrevisto en la bola de nieve, la habitación de la abuela, la receta del ponche, la pócima de amor de una doncella enfurruñada. Respira con amor el polvo de los libros, niña payasa, el polvo enamorado de dos princesas soleadas y traviesas, mellizas en su torre encantada con olor a pastel de frutas, que lloran despidiendo a Ulises, que ha decidido que no tiene prisa en llegar. Pero llegará, porque todo llega, como llega la niña al país en el que se hablan todas las lenguas y se saborean todas las tartas, y se lloran todos los amores y se celebran todas las fiestas. Un país que vive siempre en la memoria de los que alguna vez lo habitaron, un reino secreto, las dos princesas saben ya la contraseña, se la envían a la niña con una gaviota mensajera, el pergamino olerá a mar y a nube de verano, y la contraseña es el nombre de una vieja torre que los hombres erigieron para llegar al cielo y acabaron llegando a la calle Venezuela, donde existió para siempre un lugar al que todos querremos volver aunque nunca nos habremos marchado, porque de sitios así uno nunca se marcha del todo, porque donde habita el corazón nada puede el olvido.

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