Viajes sin mi tía

El sistema de asignación de billetes de RENFE debe tener una lista negra en la que ocupo el primer puesto. No hay viaje en tren que haga en el que cerca de mí no se siente algún mentecato haciendo alguna actividad aborrecible. Hablar de los móviles en los trenes resulta superfluo a estas alturas: algunos vagones parecen concursos en los que se puntúe el volumen de la voz y el grado de las estupideces proferidas. Sin embargo, mi odiado de ayer no entró a formar parte de mi particular olimpo de detestados por su teléfono, que apenas usó. Se trataba de un hombre de avanzada edad que se pasó todo el trayecto haciendo pedorretas con la mano en la boca. Yo no daba crédito. Durante tres horas el caballero no paró prácticamente un momento. Las pedorretas a veces eran largas, otras veces eran toques más cortos, diríase incluso que a veces seguía un cierto ritmo. Indescriptible, vamos. El rey de las pedorretas. Un artista. Definitivamente, la gente es desagradable.

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