La gran niña americana

El místico objeto en cuestión

Vamos a ver, Adalaura, concéntrate, piensa, chiquilla, dónde has podido ver algo así, lo tengo en la punta de la lengua, y como no me venga pronto a la mente voy a quedar fatal delante de estos dos, menuda pareja, un demiurgo bello como un dios y simple como un zapato, y un decorador sadomasoquista y experto en saltos dimensionales. Van a pensar que soy mema y superficial, y no me sale de los implantes, así que toca pensar de verdad, no es que tenga mucha costumbre pero tengo que hacerlo, repasemos todo lo que hemos hecho en las últimas horas a ver si localizo el objeto místico dichoso, también son ganas de marear, si un objeto es místico y misterioso pues podía ponerlo claramente, no digo yo con un cartelito, pero vamos, una pequeña inscripción tampoco sería mucho esfuerzo y ahorraría problemas y quebraderos de cabeza. Tiene que ser algo relacionado con el despacho, con todo el trasiego que ha habido por aquí, o mejor por allí, que estamos en otra dimensión, como para enterarse. Estaba todo lleno de trastos, a ver, había un par de cajas llenas de papeles que tiré al contenedor, a mí a concienciada con el medio ambiente no me gana ni dios, estaría bueno. Luego había un viejo tocadiscos, pero no podía ser el místico objeto, no era blanco y era demasiado grande. Y estaba demasiado lleno de polvo, casi me ahogo cuando lo moví. Un montón de discos de vinilo, un maletín de piel falsa lleno de folletos de una clínica de adelgazamiento, tres elefantitos de peluche, una monada, súper tiernos y adorables, derechos a la basura. Una lámpara vieja, una jaula vacía, un póster de las olimpiadas del 92, una butaca tapizada en terciopelo verde horroroso, con toda la gomaespuma saliéndose por un par de agujeros en los cojines. La lámpara más fea de la tierra, sin bombilla y con la pantalla rota, seis ejemplares del mismo libro de cocina, “Las mejores recetas con alcachofas”, que ya te tienen que gustar las alcachofas, por dios, y curiosamente también seis ejemplares del manual de instrucciones de una freidora, quién tiene seis folletos de la misma freidora, eso fue lo primero que pensé cuando empecé a mover todo aquello, quién habría ocupado antes que yo este despacho, bueno, no éste sino aquel despacho, que con tanto multidimensionalismo ya no sé ni donde tengo el tacón del zapato. Y por cierto, que también había un armario zapatero, lleno de zapatos pero solo del pie derecho, mira que era raro todo lo que había. Dos alfombras enrolladas en mitad del pasillo, podridas las dos, menudo asco, un perchero antiguo pintado de amarillo nada menos, y en el armario, vamos a ver, dos cajas enormes con lo que parecían ser las piezas de un tren eléctrico enorme, y justo detrás había una caja de zapatos con una consola de juegos pequeña que le regalé al hijo de la portera…

Adalaura irrumpió en la habitación, sobresaltando al demiurgo y al decorador, que había conseguido que Roberto le liberara y ya lo tenía de rodillas y suplicándole que le aceptara en la mas abyecta de las entregas.

–¡Quietos ahí, payasos!–les espetó Adalaura, destrozando cualquier posibilidad de amistad duradera con la pareja–. Ya lo tengo, ya sé dónde está el puñetero objeto místico. Lo tiene el hijo de la portera, se lo di pensando que era una videoconsola.

–Chica, pues ya le podías haber dado los buenos días y no poner en manos de un tierno infante el destino de todos los universos conocidos y parte de los desconocidos– exclamó Hermoafricante–.

–¿Tierno, ese monstruo?– se escandalizó la detective–. Debería haber leyes para esterilizar a la gente que engendra semejantes horrores, menudo animal. Pero el caso– continuó la investigadora– es que es él el que tiene el místico y misterioso objeto, ya ves tú.

–¡Pero eso es terrible, querida Adalaura!– exclamó, con más pluma que siete edredones nórdicos, Hermoafricante.

–Que sí, que ya sé que es terrible y todo eso– respondió Adalaura, que empezaba a estar hasta el parrús de viajes interdimensionales y sus indeseables consecuencias–. La cuestión es ¿qué vamos a hacer?

–Está claro lo que tenemos que hacer– se puso Roberto en plan secretario eficiente para todo–: en primer lugar, Adalaura debe volver a su universo y arrebatarle el místico objeto al garrulillo en cuyo poder se halla. A continuación, debe dominar el manejo del mencionado y místico objeto para poder controlar el orden y la ubicación de las diferentes dimensiones en el continuo espacio-tiempo. Una vez que tenga claro el manejo de las coordenadas cósmicas, debería ir a rescatar a su decorador y a su clienta, para que el círculo de viajes interdimensionales se cierre de forma satisfactoria y podamos todos y todas proseguir con nuestras vidas. 

Silencio. Sorpresa. Estupor. Temblores.

–Roberto, ¿te encuentras bien, pequeñín?– se asustaron a coro Adalaura y Hermoafricante, nada acostumbrados a semejante despliegue de seso y cordura por parte del Demiurgo.

–Si exceptuamos el considerable fastidio que vuestra presencia me causa, me hallo perfectamente– se puso digno el mozo.

–Pero ese plan parece diseñado por una inteligencia superior, y no te ofendas, bello Roberto, pero no ha sido hasta el momento ésa una de tus principales características– le espetó Hermoafricante, que ya se veía dominando al gato como el demiurgo le saliese contestón.

–El plan solo tiene un pequeño problema– reflexionó en voz alta Adalaura–, y es que yo ya estoy hasta el copete de viajes interdimensionales y lo único que quiero es regresar a mi despacho y olvidarme de vosotros, tanto individualmente como en conjunto.

–El plan es perfecto e intachable, y no me toquéis más los planes, que no tengo yo el universo para ruidos– se enfadó Roberto–. Puede que te lleve tres o cuatro existencias completarlo, Adalaura, pero es lo único que puedes hacer si quieres algún día volver a tu despachito y a tus detectivescos casos. Yo soy el demiurgo y sé lo que me digo, caramba– se le escapó un poco de pluma al muchacho.


En ese momento, un angélico coro de querubines y/o serafines interrumpió los coloquios de nuestros amigos, indicando sin lugar a dudas que alguien se aproximaba. ¿Qué insólito personaje haría acto de presencia?

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