Lo que queda de la niña

El primer cliente bis


El silencio reinaba en el atestado despacho cuando el personaje dobló la esquina del pasillo y se hizo visible para nuestros tres amigos.

–¡Funchi Salamber!– exclamó Adalaura cuando reconoció a su primera clienta.

–¡Fechi Selabar!– gritaron a coro Roberto y Hermoafricante, que habían reconocido a la versión de su universo de la clienta de Adalaura.

–La misma que viste y calza, Fechi Selabar para servir a Dios y a usted– exclamó la interfecta, que no había oído la extraña variante que de su nombre había pronunciado Adalaura–. Venía buscando el despacho de una detective privado, pero me encuentro una placa llena de faltas de ortografía y un despacho lleno de gente que no me ofrece la menor confianza..

Hermoafricante, que, al reconocer a Fechi, había proferido un bufido indescriptible, masculló con desprecio:

–¿Pide confianza la enemiga pública número uno? Qué poca vergüenza.

–Detestado Hermoafricante, precisamente verte a ti en este despacho es lo que me hace sospechar que las actividades que se realicen en este tugurio estén fuera de los límites de mis pesadillas más aterradoras.

–¡Sométete a mis deseos de inmediato y cesará tu inquietud!– vociferó Hermoafricante, quien era evidente que ya conocía a la damisela.

Adalaura permanecía callada, sin saber que hacer. Llevaba solo unas horas en el tinglado de los viajes interdimensionales, y era la primera vez en que se enfrentaba a alguien a quien ya hubiera conocido en su universo, pero en versión paralela. El efecto era extraño: Fechi Selabar era, físicamente igual que Funchi Salamber, a la que Adalaura se sabía de memoria, pero sin ese toque de refinamiento, lujo y exceso que desprendía el personaje con el que se había entrevistado en su dimensión. Fechi llevaba un anodino vestido gris con una rebeca del mismo color, zapatos planos marrones, y unas gafas colgando de un cordón en torno a su cuello. Vamos, no podía tener un aspecto mas monjil. Exactamente lo opuesto a la Funchi de su universo, vamos. “¿Una monja en un universo sadomasoquista y exagerado? No me extraña que ella y Hermoafricante sean enemigos íntimos, ya lo voy entendiendo”, se dijo Adalaura para sí, pensando que tenía que estar alerta para no quedar como una pobre viajera espacial sin referencias en un mundo hostil. Que era, precisamente, lo que era, por otra parte. 

–¡Antes prefiero morir entre los más horrorosos tormentos que ceder ni por un momento a tus lúbricas intenciones, puerco!

–Precisamente mis intenciones son someterte a los más horribles tormentos, qué casualidad– se admiró Hermoafricante–, así que total, lo mismo te da entregarte a mí y eso que llevas ganado, mujer.

Por un instante Fechi pareció dudar, sopesando la oferta del decorador más sadomasoquista del universo conocido, pero en seguida le salió la vena monjil, dio una patada en el suelo y berreó como una enloquecida: 

–¡Que no! Mi castidad es legendaria en todo el planeta, y no la voy a comprometer por un breve instante de placer sin límites.

Todos se quedaron un instante en silencio, pensando en qué podía la casta y pura Fechi saber del placer y sus límites o su falta de ellos, cuando Adalaura tuvo uno de sus escasos momentos de empuje, y se adueñó de la situación en plan heroína cosmopolita de novelas serias.

–No se preocupe, Funchi, perdón, Fechi, que en este preciso instante me estaba librando de estos dos mentecatos. Los saco al pasillo y podremos charlar de nuestros asuntos– y dirigiéndose a Roberto y Hermoafricante con su mejor cara de dominatrix experta en inimaginables torturas, les gritó:

–¡Ni una palabra más, miserables perros! ¡Seguidme en silencio absoluto con la mayor veneración o mi látigo se convertirá en vuestra segunda piel!–

Qué más querían los dos pervertidos para ponerse como motos, claro, así que siguieron a Adalaura encantadísimos, prometiéndoselas muy felices en un inmediato futuro lleno de vejaciones y sumisiones. La moza no les defraudó, por cierto, y en un momento pergeñó una verdadera obra de arte con cuerdas, cinta aislante y los cuerpos de los dos entregados hombretones, que quedaron atados y amordazados con la cara de uno justo a la altura del paquete del otro, lo que les llevó al paroxismo de la felicidad. Por un momento, Adalaura pensó en guardar el atadijo resultante en el armario para que no estorbase, pero recordó a tiempo que se arriesgaba a enviarlos a sabe dios qué siniestro universo, así que se contentó con dejarlos en el descansillo. Total, en un universo así nadie se iba a sorprender si los encontraba. Liberada así de la a menudo exasperante presencia de los dos varones, volvió al despacho, donde se encontró a Fechi de rodillas y con los brazos en cruz, en pleno arrebato místico. Por un momento, Adalaura sintió el impulso de echar a correr y meterse de cabeza en el armario, pensando que cualquier dimensión en la que apareciera sería mejor que aquella, pero respiró hondo, contó mentalmente hasta 10 (no siguió por miedo a equivocarse), y con voz impersonal, se dirigió a la mística, que volvía poco a poco de su trance:

–Fechi, querida, soy todo oídos. 

Lo que no sabía Adalaura era que Fechi tenía por costumbre volver de sus arrebatos místicos con una canción que tenía súper ensayada y coreografiada, así que para espanto de la detective, comenzó a cantar y a bailar.

–Soy mística flor,
soy mística flor,
y tengo arrebatos
que son un primor–.

Únicamente gracias a un titánico esfuerzo consiguió  Adalaura no darle con una silla en la cabeza. Antes bien, fue capaz de exhibir su mejor sonrisa, y musitar:

–Qué encantadora melodía, querida, y además interpretada con un gusto exquisito…


–Pues sí, lo sé– la interrumpió la arrebatada, toda ella un puro entusiasmo–, lástima que, en general, sea tan poco apreciada, menos mal que he encontrado en usted a un alma gemela capaz de conmoverse con semejante muestra de sensibilidad.

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