La niña de ayer

Lo que contó Hermoafricante.

Ni Adalaura ni Roberto confiaban demasiado en la coherencia discursiva de Hermoafricante, vistos sus exageradísimos antecedentes y su gusto por lo artificioso y poco natural, con delfines incluidos. De hecho, intentó contarles la historia con una canción, con coreografía sexy y todo, pero Adalaura y Roberto se mostraron inflexibles: nada de musicales, aquello era demasiado serio para llenarlo todo de coristas ligeras de ropa, como pretendía Hermoafricante, que no tuvo otro remedio que resignarse y contarles todo lo que sabía de un modo bastante más convencional. 

El decorador les contó que Adalaura no era la primera viajera en aventurarse por el universo multidimensional: muchos otros antes que ella habían desafiado las leyes físicas y hasta las químicas y habían saltado de mundo en mundo con desigual fortuna: algunos volvieron cargados de fama y riquezas, otros volvieron cargados de desgracia y desconsuelo, y otros, simplemente, no volvieron. Pero todos ellos habían dejado rastros, retazos de conocimientos y experiencias que habían sido recopiladas por los demiurgos correspondientes. Al escuchar esto, Roberto, el demiurgo de guardia, puso cara de asombro, pues era la primera noticia que tenía.

–No te extrañes, Robertino– le dijo, cariñoso, Hermafrodante–, los demiurgos se suelen caracterizar por su belleza física o por su gran inteligencia, o más frecuentemente aún, por una combinación de ambas. Pero en tu caso tu hermosura es tal que la inteligencia simplemente no encontró su espacio y corrió a refugiarse en universos más propicios.

–No te apures, chiquitín– consoló Adalaura a Roberto, un poco harto de que le llamasen tonto, aunque fuese con tan hermosas palabras–. No conozco a ningún hombre inteligente que no hubiese preferido ser un poquito menos listo y tener un poquito más prieto el trasero.

Ni Roberto ni Hermoafricante comentaron lo extraño que les parecía no ya que Adalaura conociese, sino el mero hecho de que tuviese algún tipo de contacto con un hombre medianamente inteligente, así que el decorador prosiguió su relato. 

–Toda esa información sobre universos, demiurgos, portales interdimensionales, cotilleos interestelares, apuntes de moda y restaurantes de éxito, pequeños retazos de conocimiento disperso, fue quedando, como os decía, en una especie de suspensión cósmica en las zonas cercanas a los portales dimensionales. Nada que se pudiera ver, en realidad, pero que formaba una especie de caldo primigenio de información que cualquier ser un poco sensible podía percibir sin dificultades. 

–Pues yo no he percibido nada, y soy la sensibilidad hecha cuerpo de mujer– manifestó, rotunda, Adalaura. 

–Querida Adalaura, no te ofendas– intervino Roberto, que seguía dolido por los recientes comentarios sobre su escasa capacidad intelectual–, pero el órgano en el que tienes tú la sensibilidad no es precisamente el que se emplea para decodificar la información sobrenatural que flota en el ambiente.

–Mira, qué casualidad– se revolvió Adalaura con su uno de sus célebres alzamientos de ceja–, precisamente estaba pensando en decodificarte de un guantazo y mandarte a flotar por el ambiente, a ver si pillabas algo más que la gripe.

–Antes de que os enzarcéis en una sugerente pelea en el barro y yo no pueda filmarla por seguir atado– exclamó Hermoafricante, un poco hasta el moño de aguantar tonterías de la extraña parejita–, permitidme que acabe de una vez con mi historia, que luego he quedado para dominar y ser dominado, de manera alternativa, con al menos media docena de personas de sexos también alternativos.

Hermoafricante continuó contando que toda esa información flotante se había condensado coincidiendo con la aparición en los metauniversos de la mítica Investigadora Primigenia, una mujer de excepcional belleza que había conseguido, de una sola caída de párpados, convertir en tangible lo intangible, en probable lo improbable, en posible lo imposible. Toda la sabiduría se había concentrado en un misterioso objeto, luminoso y místico, que contenía las instrucciones para viajar a placer por los universos deseados sin perderse jamás.

–Háblame más de esa Investigadora Primigenia–se interesó Adalaura.

–Ya sabía yo que esto te iba a intrigar– sonrió pícaramente Hermoafricante–. Pues sí, desde tiempos inmemoriales se habla de una mujer, bella, exótica y fascinante, que fue capaz de poner orden en el caos y articular un sistema eficaz para moverse por los universos. Y también se cuenta que un día volverá, radiante y estupenda, para reinar sobre todas las dimensiones tras cerrar todos los agujeros abiertos de uno a otro confín del cosmos.

–Bella, exótica y fascinante, ¿eh?–entrecerró los ojos Adalaura–. Me pregunto…

–Deja de preguntarte tanto, que se te lee el pensamiento– interrumpió Roberto–, y centrémonos en lo inmediato antes de abordar lo infinito. Hermoafricante, cuéntanos qué más sabes del objeto místico que contiene el mapa de los universos.
El decorador, para asombro de demiurgo y detective, empezó a cantar a voz en cuello:

Blanco inmaculado,
suyo es el poder omnímodo,
místico y sagrado objeto,
las puertas se abrirán
para el dueño de la palabra desconocida.

Un atronador silencio se apoderó de la sala cuando Hermoafricante terminó su extraño canto.

–Fíjate que me suena la canción, pero no acabo de identificarla– intervino, por fin, Roberto.

–Pues claro que te suena– aclaró Hermoafricante–, en realidad es el superéxito “Athemilas’ lunch”, de Shorr-I-Nation, el dúo femenino de moda en este universo. Si tomas la tercera estrofa de la canción, la que con verdadero primor expositivo describe el segundo plato del almuerzo de las pollinas en el restaurante de lujo al que acuden a celebrar el cuarto divorcio de la presidenta de su club de fans, y la escuchas al revés, sale el himno al objeto místico y sagrado. ¿Casualidad? ¿Azar? Ahí dejo la cuestión– se hizo el interesante el decorador.

–Todo eso está muy bien– reflexionó en voz alta Adalaura–, pero como no sepamos un poco más concretamente cómo es el objeto, difícilmente lo vamos a poder encontrar. ¿Lo único que se sabe con seguridad es que es blanco?

–Bueno, es lo único que dice la canción– reconoció Hermoafricante–, pero la tradición da algún dato más. Efectivamente, es blanco, y su forma es la de una pequeña caja que se abre por la mitad. En la parte frontal lleva grabado un signo indescifrable, sin duda de altísimo poder cabalístico. 
La reacción de Adalaura alarmó seriamente a Roberto y Hermoafricante.

–Chiquilla, palideces, tiemblas y hay espuma en tu boca– dijo Roberto, siempre tan fino.

–Eso van a ser gases– replicó Hermoafricante.


–¡Silencio, anormales!– estalló la detective– Estoy intentando pensar. ¿Dónde he visto yo algo como lo que ha descrito Hermo?

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