El árbol de la niña


Los relatos veraniegos de La Niña Payasa - Hoy: Oleaginosito Fernández

Oleaginosito Fernández es el hijo de un matrimonio fracasado. Sus padres se casaron por amor y pensaron que eso bastaría, pero pronto se dieron cuenta de lo equivocados que estaban. Para cuando intentaron buscar ayuda profesional, las heridas eran tan profundas que no hubo forma de solucionar sus diferencias, y su historia en común terminó con todo tipo de rencores. La guerra fue feroz. Años después volvieron a encontrarse y no se reconocieron, porque los dos habían cambiado de sexo y de nombre. Para cuando se dieron cuenta, ya estaban enamorados y decidieron volver a casarse. Esta vez todo fue sobre ruedas y formaron un matrimonio feliz y bien avenido hasta el fin de sus días. Pero la postrera felicidad de sus padres no animó al pobre Oleaginosito, cuya infancia transcurrió durante el infierno de la separación. Sus padres, para evitar que viviera momentos tan tristes, se lo quitaron de en medio enviándolo a un internado bastante siniestro donde no hizo un solo amigo ni enemigo, pues pasó completamente desapercibido. Recibía constantes visitas de sus dos progenitores, que se dedicaban fundamentalmente a insultar al otro, y él lo único que quería era comprarse una pistola y matar a media humanidad. Y con esas intenciones siguió hasta que conoció el amor. Se trataba de una vicetiple llamada Suripanta Tacatún, habituada a vivir el mundo de la noche y el vicio. Y Oleaginosito se lanzó de cabeza, se hizo bebedor, proxeneta y mafioso, y consiguió llegar a ser el capo de varias familias que controlaban el negocio del tráfico de bocadillos de chistorra en toda la costa este. Y a su lado estuvo siempre Suripanta, siempre con medias de rejilla y tacón de aguja. Hoy Oleaginosito ha recibido una llamada que le ha comunicado que sus padres han muerto al resbalarse los dos en la bañera, y está pensando si debe ir o no al entierro. Se lo pregunta a Suripanta, que no sabía que sus padres estuvieran vivos, y le convence para que asista e insiste en acompañarle. El taconeo de sus zapatos es lo único que se oye en la iglesia, completamente vacía. 

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