La niña contra Alphaville


Los relatos veraniegos de La Niña Payasa - Hoy: Ching Pang Pung

Ching Pang Pung es chino y enseña arameo. La combinación le sorprende incluso a él cuando se detiene a pensar en ello. Desde que era pequeño demostró una enorme facilidad para los idiomas, por lo que en la escuela popular en la que estudiaba potenciaron esta habilidad con la intención de que se acabase convirtiendo en un valioso agente de inteligencia que pudiera infiltrarse en cualquier país y ser tomado por un nativo. Pero claro, no se dieron cuenta de que era chino, con lo cual en cuanto intentaba infiltrarse en cualquier sitio le descubrían inmediatamente, y el único sitio en el que se podía infiltrar sin ser notado era China, y para eso no necesitaba aprender veintitrés lenguas. Porque, para cuando se dieron cuenta del detalle, Ching ya había aprendido veintitrés lenguas, nada menos. Y además, de las veintitrés, cuatro eran lenguas muertas, así que como no quisieran infiltrarle en la Odisea, no es que tuviesen mucha utilidad. La verdad es que el director de la escuela popular en la que estudiaba Ching era un cretino de muchísimo cuidado, y en cuanto el comité local del partido tomó cartas en el asunto organizó una purga para él solito y se lo cargaron. Pero seguían con el problema de tener a un estudiante que hablaba un montón de lenguas y no sabían qué hacer con él, así que para no tener que pensar mucho le dieron una beca para que perfeccionase su inglés, lo mandaron a Londres y le dijeron que no tuviera tampoco mucha prisa en volver. Lo mejor de todo es que el inglés era una de las pocas lenguas que Ching no había aprendido, así que la beca le vino de perlas, aunque al principio lo pasó mal porque no era capaz de decir ni yes. Bueno, eso sí que lo sabía decir, pero casi nada más. El caso es que como se le daba tan bien, a los dos meses hablaba un inglés tan exquisito que lo invitaban a Buckingham Palace para que tomara el té con la reina, que se aburría como una mona, y charlando con el chinito políglota se entretenía un rato. Poco después vio una oferta de una importantísima empresa multinacional que necesitaba un profesor de arameo, y como él lo dominaba a la perfección, fue contratado inmediatamente, y desde entonces lo enseña a todos los empleados de la empresa, que le profesan un odio sin límites, pero a él le da igual. Él es feliz tomando una taza de té al atardecer y recordando las puestas de sol de su china natal, aunque no es capaz ya de recordarlas en chino, porque al poseer tantas lenguas la suya propia le resulta un país extranjero.

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