Niña se escribe sin hache


Los relatos veraniegos de La Niña Payasa - Hoy: Quetezumba Lacaneca

Quetezumba Lacaneca es profesora titular de historia de la semicorchea con puntillo en el prestigioso instituto de la isla de Grumselfoldentivoorderer, al que acude la flor y nata de la adolescencia europea. Allí se forman los líderes de las naciones, los futuros cancilleres y primeras ministras, y también los grandes disolutos que acapararán las portadas de todo tipo de publicaciones. Dos de sus alumnas más famosas fueron las mellizas Utamá y Utapá, una casada con un multimillonario y otra muerta en extrañas circunstancias. Es verano, y Quetezumba está sentada en la terraza de su casita frente al mar. Es un día delicioso, el sol no calienta demasiado y la terraza es el centro de un mundo ordenado y tranquilo en el que ella se siente en paz con todo y con todos. Lo único que desea hacer realmente es permanecer allí con su libro y dejar que el tiempo se deshaga entre sus dedos sin prestarle atención, blanca arena de playa infinita, fresca duna de mente en calma. El mar es hoy eterno e inmenso, sin sombra de amenaza, y hasta el rumor de los coches en la carretera parece dirigido por un ritmo suave y acariciante, incapaz de ofender el relajado momento de Quetezumba. Sobre la mesa, junto a la taza de té, está el teléfono. Comienza a vibrar y observa que está recibiendo una llamada. Ve en la pantalla que se trata de su hija. Quetezumba solo tiene una hija con la que nunca se ha entendido y con la que hace casi cuatro años que no habla. La rebeldía adolescente se convirtió en un continuo enfrentamiento que jamás consiguieron apaciguar, y que creció hasta transformarse en un muro infranqueable que hace mucho que ni siquiera intentan derribar. Quetezumba se queda mirando el teléfono, preguntándose qué puede querer ahora su hija, y si tal vez haya llegado el momento de hacer sonar la trompeta que derribe el muro. Sigue observando, hipnotizada, hasta que de la pantalla desaparece el nombre de su hija y vuelve a quedar a oscuras. Quetezumba vuelve a recostarse en su sillón y continúa mirando al mar. El sol parece un poco menos brillante y acogedor, pero ella sigue un buen rato sin moverse. 

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